En este tiempo, bajo una verdadera avalancha de noticias de todo tipo, existe un tema del que se habla muy poco, pero cuanto más lo pienso, más aterrador parece.
Para la mayoría de las personas, ya es evidente la locura de la agenda del poder actual europeo, que en tiempo récord destruye el 'Viejo Continente' bajo las consignas 'woke' y del Partido Demócrata de EE.UU., con sus decenas de géneros diferentes, su culto al individualismo psicopático extremo, su ignorancia agresiva bajo una máscara de 'tolerancia' y el desprecio total por cualquier forma de espiritualidad. Esto se ha promovido en la sociedad para revolverlo todo con todo y crear y criar un lumpen masivo, idealmente conveniente para el sistema, que sea completamente controlable mediante memes y redes sociales. Un lumpen que es guiado en su vida y en lo político por uno u otro tipo de histeria, promovida e instalada desde los medios de comunicación y las pantallas de sus dispositivos.
Creo que a estas alturas es bastante obvio y, en cierta medida, menos peligroso, ya que es casi parte del pasado. Es un producto que se agotará rápido y por sí mismo. Pero la creación de este extraño ser posmoderno también tenía otro objetivo, más allá de crear todo un mercado nuevo de consumo capitalista, un consumo individualista superior al que tiene la célula familiar, unas necesidades renovadas de productos ecológicos, sexuales, para mascotas, etc., quizás dejamos de ver el objetivo que no es menos importante, y es el de provocar un contrapeso, también controlado completamente por este mismo sistema: su nombre es fascismo.
El sistema de poder de las corporaciones transnacionales está construyendo una nueva fuerza 'antisistema' que está creciendo y avanza a pasos agigantados. Se trata de movimientos que nos hablan de "volver al sentido común", que "dos más dos son cuatro", que "solo hay dos sexos", que "necesitamos valores tradicionales" y que "todo el mal del mundo proviene de los locos de izquierda". ¡Cuidado! Si es que para ellos 'la izquierda' son Biden y Macron. "El comunismo y el sionismo son equivalentes, porque la Revolución rusa es obra de intelectuales judíos", afirman sus 'filósofos'. Alguien apoya todos sus nuevos recursos mediáticos y mucho más activamente que como ayer USAID y Soros financiaban a sus oponentes.
En los foros públicos ellos se pronuncian "en contra de los anglosajones", "en contra de Zelenski", "a favor de Rusia", "a favor de China", "a favor de Irán" y "en contra del genocidio de los palestinos en Gaza". Tras la cacofonía de discursos 'woke', ellos se dirigen a una audiencia cansada de eso con un lenguaje refinado e incluso recuerdan la literatura y la poesía. Pero si profundizamos un poco más o empezamos a leer sus múltiples redes sociales, veremos diversas referencias a la simbología nazi, reflexiones sobre "la carga del hombre blanco", admiración por el 'fascismo blando' de Mussolini y Franco como una preparación para la transición suave hacia Hitler, una clara judeofobia nazi bajo la apariencia de crítica a los crímenes de Israel, la negación del genocidio de los indígenas en América, "porque es una leyenda negra inventada por los anglosajones para arrebatarle América a España" y otras 'revelaciones' que deberían revolver el estómago de cualquier conciencia humana normal.
El sistema nos prepara un remedio peor que la enfermedad que él mismo produjo por su decadencia. En la mayoría de los países el neoliberalismo destruyó la educación pública, que enseñaba a las personas a pensar racionalmente y analizar críticamente las ideas.
El 'fin de las ideologías' ha convertido a los principales medios de comunicación del mundo en una verdadera escuela de desideologización e idiotización de la población, transformando a las personas en pajaritos incapaces de distinguir el fascismo del comunismo, pero que con toda sinceridad se preocupan mucho por el problema de las bolsas de plástico, la clasificación de la basura, el ahorro de agua, y el maltrato animal y su orfandad.
Las élites del Occidente colectivo siguen librando una guerra para nuestra destrucción y esta palabra 'nuestra' incluye a los habitantes de sus propios países. Se sabe que cuando se acaben los ucranianos, se sacrificarán los bálticos, los polacos y los rumanos, y después ellos, los italianos y los españoles y luego otros. Para asegurar un buen funcionamiento del matadero, se está creando esta trampa cognitiva con dos corrales, que intenta convertirnos en pseudoprogresistas de una pseudoizquierda o en fascistas de extrema derecha. Aunque también podríamos plantearnos qué tanto hay de fascismo cuando en las sociedades 'civilizadas' se convierte en una norma señalar a otro como enemigo a quien hay que exterminar, porque difiere de una teoría de estas que corresponden al 'pensamiento progresista'.
¿No será fascista tildar de 'fachos' a todos los que no ven el mundo con los ojos de uno?
Las locuras pseudoprogresista y fascista no son tan diferentes como fingen serlo. Se basan en una emoción desbordada que nubla la razón y cualquier capacidad autocritica o reflexiva. No estamos hablando aquí de razones o ideas, sino de su uso descarado para los fines políticos de poder. Detrás de eso, en ambos casos siempre hay un cálculo frío, carente de cualquier emotividad de la máquina de la muerte, que es experta en enfrentar a los pueblos.
Detrás del fracaso de un proyecto, el sistema capitalista mundial siempre nos tiene preparado otro, que promete la revolución de color que más nos guste y un cambio total 'antisistémico', justamente para no perder ni cambiar nada, refrescando los altares de sus nuevos ídolos con la sangre de los sacrificios de siempre. La sangre de los árabes, judíos, negros, blancos, eslavos, orientales, latinos, la del mismo color de siempre y de los de siempre: los pueblos engañados por falsos profetas del sistema capitalista mundial.
La tarea es darnos cuenta a tiempo de que aquí se trata de dos partes del mismo proyecto del mismo poder.