Si creemos en lo que dice Donald Trump —algo, en general, poco recomendable— el petróleo venezolano es estadounidense. Así lo "razonó" el mandatario a la hora de tratar de "justificar" por qué su país va por los mares secuestrando buques como si estuviéramos ante una versión moderna y en carne y hueso de Piratas del Caribe.
Trump explicó que sus acciones se enmarcan en "un bloqueo" contra Venezuela, y dio su peculiar versión de lo acontecido en el pasado entre Washington y Caracas en materia petrolífera: "Nos quitaron todos nuestros derechos energéticos. Nos quitaron todo nuestro petróleo hace poco. Teníamos mucho petróleo allí, como saben, y expulsaron a nuestras empresas. Y lo queremos de vuelta". "Nuestro petróleo", dijo Trump. Vaya. Al menos hay que reconocerle la sinceridad.
No fue el único alto funcionario de Washington en expresarse en ese sentido. Stephen Miller, uno de los asesores más cercanos al presidente, publicó un breve texto en sus redes sociales según el cual la industria petrolera venezolana sería producto de "el sudor, el ingenio y el oficio de EE.UU." y, de alguna manera, en consecuencia, sería también propiedad estadounidense. El, a su vez, subjefe de Gabinete de la Casa Blanca, en el mismo posteo, denunció que dicha "propiedad estadounidense" habría sido robada "tiránicamente" por Venezuela con el objetivo de inundar EE.UU. de "asesinos, mercenarios y drogas".
Lo que ocurrió en realidad
Sin embargo, la realidad histórica es bien distinta. Para empezar, porque la industria petrolera venezolana comenzó a desarrollarse con manos venezolanas, allá por el último cuarto del siglo XIX. La pionera empresa Petrolia, fundada en 1878, fue iniciativa de seis ciudadanos, bien criollitos ellos, que obtuvieron una licencia de operaciones por 50 años.
Los estadounidenses llegaron después y, como siempre, a su manera: interfiriendo, amenazando, apropiándose de lo ajeno y tratando de convencer al mundo de que en verdad les pertenece. Últimamente en Washington están retomando el gastado discurso de que las inversiones de empresas estadounidenses en otros países apenas si les aportan unos magros ingresos y estas operarían allí casi que como organizaciones benéficas que quieren llevar alta tecnología a pueblos subdesarrollados sin obtener mayor ganancia a cambio.
De forma similar a cuando, hace pocos meses, Trump se quejaba de que EE.UU. construyó el canal de Panamá, pero a cambio "solo" pudieron administrarlo a su criterio y beneficio durante más de 90 añitos apenas, ¿recuerdan? Sin embargo, ese discurso no es cierto en ninguna parte y Venezuela no es ninguna excepción a ese respecto. Ni lo fue en el pasado tampoco.
entre 1917 y 1936 solo el 8 % del beneficio generado por la extracción petrolera se quedó en Venezuela; el resto fue para EE.UU.
En 1883, una empresa estadounidense obtuvo una concesión exclusiva para la explotación de asfalto venezolano durante 25 años. La New York & Bermudez Company comenzó a drenar el lago de asfalto más grande del mundo, situado en Venezuela, con el que —dicen las crónicas de la época— se asfaltaron por completo tanto Nueva York como Washington DC. Cuando, unos años después, el presidente venezolano Cipriano Castro acusó a la compañía de haber violado los términos del contrato, atentando contra la soberanía nacional, la empresa inició una serie de largos litigios y, al perderlos, decidió financiar el derrocamiento del mandatario, que se produjo en 1908.
Este modus operandi, con sus matices, marcó tanto el inicio como las décadas de relación que siguieron entre las petroleras estadounidenses y el Estado venezolano. Con un Gobierno dócil a la Casa Blanca, quedó frustrado el intento de equilibrar algo las regalías entre empresas estadounidenses y Estado. Así, para que se hagan una idea, entre 1917 y 1936 solo el 8 % del beneficio generado por la extracción petrolera se quedó en Venezuela y el resto voló hacia el norte.
Nacionalizaciones frente al expolio
Este inmenso desbalance apenas logró disimularse algo en la década de 1960 y 1970 y culminó en un evento que ni Trump ni Miller parecen muy interesados en mencionar: el hecho de que la primera nacionalización de la industria petrolera en Venezuela se produjo muchos, pero muchos años antes de la llegada de Hugo Chávez, y ni qué decir ya de Nicolás Maduro al poder. Hablamos de 1976, en una época denominada como "Venezuela saudita", en la que las regalías por petróleo se dispararon, pero no contribuyeron ni a reducir las inmensas desigualdades sociales ni la dependencia petrolera. Al contrario.
No hubo ninguna expropiación masiva e indiscriminada, y qué mejor prueba de ello que, durante todos estos años, la estadounidense Chevron ha seguido operando en Venezuela
Década y media después, ante el estancamiento definitivo de la economía nacional y la pobreza desatada, el país entró en la denominada "apertura petrolera" y PDVSA, la estatal creada en 1976, empezó a operar como socio minoritario de empresas extranjeras, en su mayoría estadounidenses. Lejos de corregir el rumbo de la economía venezolana, la estrategia acrecentó los problemas en el país y el descontento acumulado en la población desembocó en la llegada de Hugo Chávez al poder.
La intención del nuevo presidente de volver a regular el reparto de beneficios con las empresas estadounidenses desembocó en nuevas intentonas golpistas, lo que no impidió que, en 2007, finalmente se produjera lo que algunos denominan "renacionalización" en la Faja Petrolífera del Orinoco. Con el nuevo marco legal, a las petroleras extranjeras se les dio a elegir entre convertirse en socias minoritarias de PDVSA o salir del país, y cada una tomó su decisión. Algunas se fueron, otras muchas se quedaron. No hubo ninguna expropiación masiva e indiscriminada, y qué mejor prueba de ello que, durante todos estos años, la estadounidense Chevron ha seguido operando en Venezuela.
Entonces, ¿quién roba petróleo a quién?
Como ven, Trump y sus funcionarios podrán decir lo que quieran, pero si alguien robó a alguien en el balance global de este siglo y medio de relaciones petroleras, no fue Venezuela a EE.UU., sino más bien al revés. Y no es que en Washington desconozcan esta parte de la historia, sino que les toca fingir ignorancia y lanzar el discurso contrario para justificar sus actos de piratería, cada vez menos sutiles.
No es coincidencia que estas eufemísticamente llamadas "incautaciones" se produzcan justo cuando la nación sudamericana está alcanzando nuevamente una producción de 1.200.000 barriles diarios, una barrera que, a golpe de sanciones estadounidenses y crisis económicas, Venezuela no lograba superar desde 2019. Y ese repunte petrolero venezolano, además, tiene el mismo efecto que pasear una morcilla cruda al lado del ataúd de Drácula, porque EE.UU. consume muchísimo más petróleo del que produce.
Un caso único entre los grandes productores petroleros mundiales que explica su comportamiento hamponil, ya que, en promedio, el país consume cada día 7 millones de barriles de petróleo más de los que produce en ese mismo lapso. Un par de hechos que podrían no estar conectados entre sí de no ser por la naturaleza de EE.UU., cada vez más similar a la de un vulgar psicópata.
Porque una cosa es que tu vecino tenga algo que a ti te hace mucha falta y otra muy distinta que decidas robársela y, no conforme con eso, encima clames a los cuatro vientos que siempre fue tuya. Y que nadie piense que se trata de una actitud matonesca por motivos políticos principalmente, porque es mucho más que eso. Obviamente Washington siempre preferirá robarle el petróleo a sus rivales en primer lugar, pero… ¿creen que según aumente su acuciante necesidad se detendrán a la hora de apropiarse del de otros solo porque sean "aliados"?
Pues habrá quienes crean que sí, del mismo modo que —ya que estamos en estas fechas tan señaladas— hay quien cree que los regalos los trae Santa Claus.
El presente texto es una adaptación de un video realizado por el equipo de ¡Ahí les va!, escrito y dirigido por Mirko Casale.


